Mito 6: por qué el psicólogo no puede "psicoanalizarte" mientras vais en el ascensor.

 


        Hoy voy a contaros un pequeño cuento, cuyo parecido con la realidad es mera coincidencia (ejem), aunque estoy segura de que muchos psicólogos se verán reflejados en este texto. Ahí va: 
    Veréis, érase una vez una joven aprendiz de psicóloga que, después de una larga jornada en la universidad, por fin podía regresar a casa. Vivía algo lejos de la facultad, así que llegaba tan cansada que su cerebro era más lento que de costumbre. No obstante, su subió al ascensor con una sonrisa cortés, acompañada de una vecina que también iba a descansar después de una larga jornada laboral. La vecina, agradable como siempre, le preguntó a la aprendiz qué estaba estudiando, a lo que ella contestó con orgullo "Psicología". Ya he dicho que estaba cansada, pero aún así no olvidará nunca la respuesta de su vecina: 
    -Uy, entonces tengo que tener cuidado contigo, no vaya a ser que descubras todos mis secretos mientras hablamos.
    Y, sin más, la vecina apartó la mirada (cosa complicada en un ascensor de un metro por un metro) y, efectivamente, ninguna dijo una palabra más hasta que llegaron a su planta y se despidieron. Fin del cuento.
    La verdad es que ahora me río cuando recuerdo esta anécdota, pero en su momento me dejó pensativa. Quiero decir, ¿la gente de verdad cree que los psicólogos podemos leerles la mente? ¿Que durante los 30 segundos que dura un trayecto en ascensor yo sería capaz de descubrir años de historia autobiográfica? Vale, dicho así parece muy obvio que no, que no podemos hacer nada de esto... Pero pensadlo un instante. ¿Cuál es el estereotipo que tenemos, como sociedad, de los profesionales de la Psicología? Pues uno muy parecido a esto que os cuento: el psicólogo es una persona que nos tumba en un diván y que nos escucha mientras le contamos todos nuestros problemas. Cuando terminamos, sólo con eso, el psicólogo ya sabe exactamente qué nos pasa y, lo que es mejor, qué tenemos que hacer para solucionarlo. ¡Es como si fuésemos magos con palabras mágicas o algo así! Pero me temo que nada (NADA) es así en realidad. 
    Para empezar, voy a aclarar algo que parece que a la gente le preocupa: el lenguaje corporal. "Psicoanalizar" no tiene nada que ver con esto. Los psicólogos sí que recibimos una cierta formación en lenguaje corporal, pero porque nuestro trabajo se basa en le comunicación y la no verbal es de vital importancia. Así que, según cómo se comporta una persona, sabemos más o menos qué está sintiendo y si nos está prestando atención, aunque en realidad esto no son más que inferencias que sacamos en un momento. Se trata de algo subjetivo, por lo que es inexacto. Podéis estar tranquilos: ningún psicólogo os va a leer la mente según la posición que tenéis de los hombros, ni de si cruzáis los brazos o no. De verdad que no. De hecho, es que no podemos leer la mente de nadie, y aunque sería muy cómodo... Sencillamente no lo haríamos. Porque no es ético. Lo único que un psicólogo sabe de una persona es lo que ésta ha querido contarle. 
    Bien, dicho esto, voy a hablaros un poco de cómo trabaja realmente el psicólogo, especialmente el deportivo, que para eso estamos aquí. 
    Lo primero primerísimo que hace un psicólogo cuando empieza a trabajar con una persona, o con un equipo, es conocerlo. Es lo que llamamos la fase de observación. Y hacemos exactamente lo que parece que hacemos: observarlo todo. Y cuando digo todo, quiero decir todo. Cómo se desenvuelve el deportista mientras entrena, qué hace y dice el entrenador, qué relación tienen entre ellos, si es un equipo aprendemos cómo se relacionan los jugadores, qué papel tiene cada uno... Muchas de estas cosas las podemos ver a simple vista, así que si alguna vez os preguntáis qué apunta vuestro psicólogo en su libreta mientras entrenáis, probablemente sean cosas así (aunque también puede estar haciéndose un esquema para aprenderse todos los nombres. Yo lo hacía). No obstante, lo más probable es que el psicólogo haga uso de sus famosos test, esos que le acompañarán a lo largo de toda la temporada. Y es que son la mejor forma que tenemos de obtener información de forma rápida y muy precisa. Con estos test que los deportistas rellenan, nosotros podemos saber más sobre su mentalidad, sobre sus rutinas, también sobre el funcionamiento del equipo... No sé, de todo. Es que la lista es tan larga que podría llamarla interminable. Hay un test para cada cosa que queramos medir, os lo aseguro. Y si no le hay, nos lo inventamos. 
    Suena a mucho trabajo, ¿verdad que sí? Imposible de hacer durante un viaje en ascensor. Ni siquiera durante un día. Ni una semana. De hecho, es que a veces la temporada se ha acabado y aún nos quedaban cosas que observar: las personas cambian, los equipos también... Y la relación entre el psicólogo y el deportista se va haciendo más cercana. Se conocen mejor, por lo que cada vez aprenden más uno del otro. Esta es una de las mejores partes, aunque antes de llegar a ella, ha habido mucha observación por detrás. Meses de observación. Y es que ésta es la única forma de que las intervenciones que el psicólogo lleve a cabo funcionen. Es decir, que si no conoce para quién trabaja, no sabrá qué les va a servir. Es necesario esperar un tiempo antes de actuar, aunque a veces sea frustrante para todos. Creedme, deportistas: al psicólogo también le gustaría empezar cuanto antes y ayudaros desde el minuto cero. Pero si queréis que esto funcione, no queda más remedio que tomar el largo camino de la observación e ir poco a poco. Al final merece la pena, de verdad. 
    Los psicólogos necesitamos datos para poder trabajar. Y los conseguimos así, observando y pasando pruebas de papel. Pidiendo a los deportistas que escriban, que nos cuenten qué piensan. A veces también con dinámicas de ensayo y error, probando ciertas cosas pequeñas para ver si funcionan y hacerlas a lo grande... O seguir buscando. Viendo qué funciona de lo que hacemos y qué no, e ir ajustándonos a las demandas del deporte y de los deportistas en concreto. Es un camino largo, pero, hasta donde yo sé, nadie se ha arrepentido de transitarlo.
    Así que ya veis que podéis estar tranquilos. Que podéis tener amigos psicólogos y que no va a cambiar nada. Que no os vamos a sacar los secretos por estar en la misma habitación que vosotros. De hecho, es que parte de nuestro trabajo está modulado por el secreto profesional, así que somos unos grandes confidentes. ¿Puedo decir que quién tiene un psicólogo, tiene un tesoro? ¿O queda muy presuntuoso? 
    En fin, no sé. Igual imprimo este cuento y lo pego en el ascensor. Así tendré más cosas de las que charlar con las vecinas y hacer el trayecto en ascensor más ameno, ¿qué os parece? 

Comentarios

Entradas populares