El rival psicológico.


  
    Muchas veces no somos conscientes de contra quién competimos. A veces sencillamente nos presentamos en la competición, tras horas de entrenamiento y sacrificio, convencidos de que lo más duro ya ha terminado y que ahora sólo es cuestión de recoger la medalla que nos hemos ganado a base de esfuerzo. Porque esfuerzo ha habido. Y mucho. ¿Qué puede salir mal en un campeonato si tan sólo hay que repetir una vez más lo que ya habíamos hecho antes hasta la saciedad? 
    Si todo fuera tan sencillo, el deporte no sería tan interesante, ¿no os parece?
   Hoy queremos cambiar un poco nuestra dinámica y contaros un cuento, porque mediante cuentos es como desde niños aprendemos a desenvolvernos en este mundo. Os hablaremos de Xabel, un deportista al que no conocéis porque sólo existe en este texto, para que su historia os muestre cómo se vence al mayor rival que encontraremos en cualquier competición. 
    Preparados, listos... 
    
    A la tierna edad de seis años, Xabel descubrió que lo que más le gustaba en el mundo era subirse a una piragua y remar tan rápido como le fuera posible. Para él, el agua era su elemento, el lugar donde más a gusto se sentía, como si sólo viviera realmente mientras las gotas le salpicaban el rostro. No había nada en este mundo que le gustara más que el piragüismo. Era su juego favorito, y pronto se convirtió en algo más. 
    Xabel era muy joven cuando empezó a competir, pero él nunca se ponía nervioso. ¿Por qué iba a hacerlo, si tan sólo tenía que remar, que era algo que le encantaba y que, además, se le daba genial? Xabel ganaba competiciones como si aquello le resultara tan natural como respirar...
    ¡Qué lástima que las cosas terminaran cambiando! Un día, sin previo aviso, Xabel se encontró con un rival que siempre lograba derrotarle.
    Nunca antes se había encontrado con alguien así. Xabel se metía en su piragua y remaba con todas sus fuerzas, igual que siempre, pero su rival siempre le perseguía. Siempre iba detrás de él, tan cerca que oía perfectamente cómo le hablaba: 
Te queman los brazos. No lo estás haciendo bien. No merece la pena que lo intentes porque no puedes ganar. El remo se te está resbalando. El agua está demasiado fría. 
    No puedes ganar. 
    Ríndete. 
    El piragüismo no es lo tuyo. 
        Y antes siquiera de darse cuenta de qué estaba ocurriendo, Xabel se percataba de que las demás piraguas le estaban adelantando. Estaba perdiendo la carrera. Su rival tenía razón. 
    Xabel intentaba no escucharle, pero cuanto más se esforzaba por no oír aquellas palabras, más insistentemente sonaban detrás de él. Ese rival siempre le perseguía. En todas las competiciones... Y pronto también en los entrenamientos. Siempre le perseguía alguien, tan de cerca que parecía que iba montado en su misma piragua. 
    Cuando Xabel giraba la cabeza para verle, no encontraba a nadie. 
    El piragüismo, la pasión de Xabel, pronto se convirtió en una tortura. Él ya no disfrutaba de las competiciones en las que la victoria siempre se le escapaba. Tampoco le gustaba ir a los entrenamientos, porque ni siquiera cuando remaba por remar se libraba de aquella voz. Ríndete... Xabel quiso hacerlo muchas veces, pero algo se lo impedía. Tal vez el recuerdo de aquel niño de seis años cuyo juego preferido era surcar las aguas a toda velocidad. 
    Un día, Xabel creyó que sólo aquel niño podría ayudarle. Y le buscó en el reflejo del agua, asomándose desde su piragua. Pero sólo encontró a su rival, aquel que tanto daño le estaba haciendo. 
    Para sorpresa de Xabel, la persona que se subía a su piragua y le susurraba palabras de derrota no le sonreía con altanería, feliz de que no ganara. Aquel reflejo no era en absoluto feliz. Tan sólo era el rostro de una persona agotada por el esfuerzo. Y Xabel sintió lástima de él. ¿Cómo alguien así podía susurrarle las palabras que le sacaban siempre de las competiciones? 
    En aquel momento, mirando fijamente su reflejo, Xabel se dio cuenta de la fuerza que tenían sus pensamientos. De cómo podían afectarle las cosas que se decía a sí mismo mientras remaba. De que si no ganaba un campeonato, era sencillamente porque no era capaz de ganar al único rival que de verdad importaba: él mismo. 
    Desde que Xabel se dio cuenta de aquello, de que era él mismo quien se frenaba, cambió su perspectiva del piragüismo. Cambió su forma de entrenar, y empezó a trabajar tan insistentemente la psicología como todo lo demás. Y cuando el rival que se subía a su piragua le volvía a susurrar que se rindiese, él le contestaba. Primero en voz alta, con los dientes apretados, para asegurarse de que le oía bien. Después mentalmente, porque se había vuelto fuerte: 
    Aún puedo remar más, aún tengo energía. Más rápido. Más fuerte. ¡Voy a hacerlo porque puedo hacerlo! El agua es mi elemento. 
Puedo hacerlo. 
Voy a hacerlo. 
Porque no sería yo si no estuviera remando desde una piragua. 

Comentarios

Entradas populares