Mito 2: Por qué los psicólogos no tenemos palabras ni varitas mágicas.


    La verdad es que sería fantástico, ¿os lo imagináis?
    -¡Bienvenida a Brenga, un gabinete de Psicología aplicada al Deporte! ¿Qué te trae por aquí?
    -Pues, veréis, es que soy futbolista, y cada vez que tengo que tirar un penalti me pongo tan nerviosa que me tiemblan las piernas. Y como me tiemblan las piernas, pues no soy capaz de golpear el balón como debería y nunca meto gol.
    -Ya veo... En realidad, es algo muy habitual que le pasa a un montón de futbolistas. Es parte de la competición de alto nivel, ¿eh? Pero no te preocupes, ¡tenemos la solución!
    Y entonces, sólo con esta información, la psicóloga podría ir a su despacho, coger su varita mágica y  ponerse un sombrero puntiagudo (aunque esto último es pura estética). Después, con unos estudiados movimientos de muñeca, tan sólo tendría que apuntar a la cliente con dicha varita y pronunciar un par de palabras en griego clásico. Et voilà! Al día siguiente, nuestra anónima futbolista llegaría a un partido y metería todos los penaltis que le vinieran en gana, ¡y sin despeinarse!
    Qué queréis que os diga, a mí me parece una forma de trabajar mágica, valga la redundancia. Ya me gustaría a mí poder hacer esto. Qué lástima que la Psicología no funcione así. 
    La verdad es que, contándolo de esta manera, parece obvio, ¿no es cierto? Pero os sorprendería lo habitual que es este pensamiento en la gente. Muchas veces, cuando un deportista acude al psicólogo lo que tiene pensado es tumbarse en un diván y contarle sus problemas a alguien durante una hora. Y que durante esa hora, el terapeuta se dedique a tomar apuntes con una estilográfica para que, cuando acabe de desahogarse, sepa exactamente qué decir. Algo así como darle tres consejos y que el deportista, al día siguiente, vuelva a rendir al doscientos por cien de sus capacidades. Y aunque los consejos no estén en griego clásico, creedme: el efecto sería exactamente el mismo en el paciente. Es decir, que no le servirían absolutamente para nada. 
    La Psicología no funciona así, me temo. La parte psicológica de un deporte se entrena exactamente igual que lo demás, y la única forma de conseguir resultados es con muchas horas de trabajo y mucho esfuerzo. No hay una varita mágica que nos haga más rápidos o más fuertes, así que tampoco hay una varita que nos ayude a tener la mentalidad necesaria para ganar. Y tampoco hay palabras mágicas: no hay nada que el psicólogo te pueda decir y que te arregle todos los problemas inmediatamente. Lo único que hay es trabajo, y un profesional que te va a guiar para que este trabajo que tú vas a llevar a cabo sea eficaz. Es algo como el entrenador: aunque te diga qué puedes hacer, es cosa tuya hacerlo y repetirlo hasta que te salga como quieres que te salga. Es eso: un entrenamiento más. 
    Para que os hagáis una idea: cuando un psicólogo llega para trabajar con un deportista, los primeros días (que pueden alargase incluso a meses), no son más que una fase de observación. Prometo que hablaremos más en profundidad de esto, porque es fundamental y muy desconocida, así que dejémoslo ahora en que es en esta fase cuando el psicólogo aprende cuál es la forma de trabajar del deportista y qué es lo que le vendrá bien, cuál es el entrenamiento mental más adecuado para él. Por tanto, es en este momento cuando los ejercicios empezarán a tener realmente un efecto, sobre todo porque están creados específicamente para este deportista en concreto. El psicólogo ya no habla griego, sino el mismo lenguaje que el deportista. Y ahora empiezan de verdad a trabajar juntos, orientados a la misma meta, ¡y sin necesidad de haber apuntado a nadie con una varita!
    Llegados a este punto, lo suyo es que se haya establecido una relación de confianza entre el deportista y el psicólogo, de tal forma que las cosas que se digan mutuamente sirvan también para mejorar este entrenamiento mental. Como ya se conocen, y conocen cómo trabajan, las palabras empiezan a ser un poco mágicas porque logran efectuar los cambios que queríamos. Hablando, vamos consiguiendo que los esfuerzos se tornen en resultados, aunque sólo si una acción los acompaña. Por ejemplo: el psicólogo puede considerar que aprender técnicas de relajación serían más que útiles, pero que las enseñe sólo tiene resultado si el deportista las entrena por su cuenta, igual que entrenaría todo lo demás. ¿Entendéis más o menos cómo funciona? Vale que los resultados que se consiguen podrían ser llamados mágicos, pero me temo que hay truco: trabajo y esfuerzo. Como en todo en esta vida. 
    Así que ya veis: ¡bienvenidos al fascinante mundo del entrenamiento psicológico! No tenemos varitas ni palabras mágicas, pero oye, que nadie es perfecto. Pero es que no nos hacen falta, porque podemos conseguir los mismos resultados sin ellas. En serio, si os animáis un día a empezar a entrenar vuestra psique, veréis que se pueden conseguir cosas extraordinarias. 
    Una vez dicho todo esto, voy a quitarme ya mi sombrero puntiagudo, porque aunque realmente no me sirva para nada... En fin, ya os había avisado de que es pura estética. 

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